Por Danilo Antoniazzi

Automóviles compartidos, estaciones de recarga y vehículos sin conductor; carriles exclusivos para el transporte público; bicicletas y monopatines eléctricos; drones para delivery; contenedores inteligentes de basura con sensores que miden la capacidad de carga y el trayecto de recogida; cámaras para monitoreo 24/7; captadores y sensores dinámicos sobre farolas y edificios que modulan el alumbrado y miden la radiación, la contaminación atmosférica, acústica y electromagnética, son algunas aplicaciones de las llamadas “tecnologías de la información y de la comunicación” (TIC) de las ciudades inteligentes (Smart City).

Es así, como las ciudades del futuro se van moldeando a imagen y semejanza de los grandes escritores del género de la ciencia ficción de la historia. En el pasado, escritores de la talla de Julio Verne, Ray Bradbury, Isaac Asimov y Carl Sagan, por nombrar algunos de los tantos genios quienes, con su prosa colmada de fantasías, aventuras y amenazas de extinción de toda forma de vida en el planeta, transportaban al lector en un viaje surrealista a mundos nunca antes soñados e ilustraban, en aquellas asombrosas páginas, leídas con admiración y perplejidad, cómo se viviría en los años por venir.

Así todo, pocos sospechaban que los peligros que se enunciaban por aquellos tiempos, en un futuro cercano podrían convertirse en realidad, en especial, los temas que se refieren a la contaminación del suelo, del agua y del aire, a la sobre explotación de los recursos naturales y al incesante y sostenido crecimiento demográfico.

Sin embargo, la propia dinámica del desarrollo humano nos señala que todas esas teorías conspirativas urdidas por ilustrados en la prosa, se han ido cumplido sistemáticamente como una profecía auto cumplida y que, por estos días, requieren de nuestra más urgente atención. Quizás, dicho de esta manera, pueda sonar un tanto alarmante, pero en honor a la verdad, de algo estamos totalmente seguros: y es que somos parte del problema, pero también de la solución.

Como parte del problema, podemos señalar que por décadas hemos mostrado una absoluta carencia de conciencia medioambiental poniendo en duda y cuestionado escépticamente los distintos informes sobre la problemática del cambio climático y sus consecuencias en la humanidad. Por el lado de la solución, nuestro aporte se materializará en la necesidad imperiosa de comenzar a trabajar en forma colectiva en la aplicación de medidas que conlleven a una mejora general como salvaguarda de las próximas generaciones.

Haciendo un poco de historia, a lo largo de la civilización, las ciudades ocuparon un lugar trascendental en la vida pública y política de los pueblos. La célebre expresión del latín, “Urbi et Orbi”, ́a la ciudad y al mundo ́, era la fórmula habitual usada al comienzo de las proclamas en el Imperio romano y que significaba: ́de Roma al mundo ́. De esta manera, se quería expresar la importancia de la ciudad satélite donde toda la vida social giraba en torno al cónclave de poder.

El tiempo ha pasado y, en la actualidad, las ciudades se enfrentan con las llamadas “externalidades urbanas” como resultado de las constantes migraciones internas y de la alta densidad de población en sitios carentes de servicios primarios. Como un efecto no deseado, las grandes concentraciones y las interacciones humanas, traen aparejados problemas relacionados con el crimen y la violencia. Y la problemática, lejos de mejorar, se ha ido agravando debido al constante y masivo éxodo de personas de las zonas rurales a las urbanas en la búsqueda de una mejor forma de vida.

Repasemos algunos datos duros, antes de la Revolución industrial (circa 1750), solo el 10 % residía en ciudades y como punto de inflexión, a partir del año 2008, doscientos cincuenta años más tarde, más del 50 % de la población mundial se considera urbanita. Probablemente, esta cifra sea en realidad mayor, dado que no existe un acuerdo universal sobre lo que significa “urbano” y los censos no incluyen a muchas de las personas que viven en las áreas periurbanas, o sea, en cercanía a los grandes centros habitacionales.

Según proyecciones del Fondo de la Población de las Naciones Unidas (UNFPA, United Nations Population Fund por su nombre en inglés), se estima que para el 2030, el 60 % habitará en ciudades y, para el 2050, el guarismo proyectado será del 67 %. Para ese entonces, se calcula en 8 billones la población mundial, contra los 7,2 billones en la actualidad. Para el año 2025, 184 ciudades adicionales tendrán entre 1 y 5 millones de habitantes y 237 ciudades tendrán entre 500.000 y un millón de habitantes.

En el caso de la Argentina, a lo largo del siglo XX, el país experimentó un rápido proceso de urbanización, pasando del 52,70 % en 1914 al 94,60 % en el 2015. Como consecuencia de esto, la ciudad de

Buenos Aires junto con Los Ángeles, Houston, Casablanca y México, entre otras, recibieron el nombre de “Ciudad sin fronteras”. Este tipo de fragmentación adopta diferentes formas y se representa como el fenómeno del urban-sprawl (por su nombre en inglés) o ciudad nómade, en donde los límites se trasladan hacia el exterior, hacia lo suburbano y lo periférico. De esta manera, se va agrandando la mancha urbana por el avance sobre tierras aptas para el cultivo y se afecta también, la biodiversidad y el hábitat natural. A esta ratio, si se siguen transformando tierras para el uso urbano, en el año 2030 el área ocupada por ciudades con más de 100.000 habitantes habrá aumentado en 2,75 veces. Como resultado de la falta de un planeamiento urbano acorde a las necesidades vegetativas del crecimiento de la población, se generan asentamientos de baja densidad, tanto residenciales como comerciales en tierras carentes de servicios básicos.

Por eso, en la actualidad, es imprescindible afrontar el desafío de aumentar la capacidad de carga poblacional sin necesidad de expandir el suelo urbano y generar una densificación cualificada en áreas aptas para los asentamientos humanos. También, y de acuerdo al modelo de ciudad compacta, se podrá utilizar la plena capacidad de los servicios instalados, proveyendo de mayores ingresos dinerarios a las empresas prestadoras que se deberían destinar para nuevas obras de infraestructura y al mantenimiento predictivo de la red instalada.

Asimismo, mediante la puesta en valor y rehabilitación del stock construido, se podrán recuperar edificios abandonados y desocupados y mejorar las condiciones de habitabilidad. En la ciudad de Buenos Aires, los ejemplos abundan, solo basta con levantar la vista para poder apreciar el enorme potencial en barrios como Palermo, San Telmo, Monserrat y Barracas, por citar algunos.

Por lo tanto, aplicando soluciones sustentables, edificios construidos en el siglo pasado, podrán adaptarse al diseño contemporáneo y, por sobre
todo, contribuir a mitigar los impactos generados por las emisiones de CO2 y en consecuencia, a fomentar una ciudad más vivible.