Por Danilo Antoniazzi

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“EL PESIMISTA VE UNA DIFICULTAD EN CADA OPORTUNIDAD Y EL OPTIMISTA VE UNA OPORTUNIDAD EN CADA DIFICULTAD” (WINSTON CHURCHILL 1874 – 1965)

En el año 1914, el economista austriaco Friedrich von Wieser acuñó el término “coste de oportunidad” en su obra; Teoría de la economía social. Por ese entonces, las más encumbradas escuelas europeas, se debatían en dar una respuesta a las distintas teorías que explicaran, en forma asertiva y con un preciso cálculo matemático, cuál sería la pérdida monetaria al desaprovechar una oportunidad.

Aunque este axioma tiene más de una explicación, lo podríamos definir como “el valor de la mejor opción que no se concreta”, y su relación con el campo de la arquitectura sustentable se refiere a aquellas encomiendas (léase contratos) que no se suscriben por falta de un conocimiento avanzado en la materia.

Todavía se escuchan, hasta en círculos académicos, algunas voces permitidas en el tiempo que cuestionan la sustentabilidad como un tópico reservado solo para unos pocos elegidos. Estas afirman que su aplicación solo es posible en aquellas economías industrializadas de países del primer mundo. Sin embargo, no consideran que según un reciente informe del Banco Mundial, para el año 2050 los países en vías de desarrollo tendrán un crecimiento demográfico de un 100% y que para ese entonces, el 70% los habitantes del planeta vivirá en ciudades. Además, para el año 2035, se estima que el consumo de energía a nivel global aumentará un 37% y que de este porcentaje, el 96% será para satisfacer la demanda de economías emergentes. En cuanto al impacto en los recursos hídricos, se calcula que el aumento en el consumo del agua potable será de un 50% para el año 2025 y que esto profundizaría aún más la crisis del acceso a los servicios esenciales.

Los escépticos de turno, mediante argumentos falaces, justifican no salir de la “zona de confort” y siembran dudas sobre la alta complejidad de las soluciones que se deben aplicar y sobre la falta de oferta de materiales e insumos a nivel local. Es así como, mediante un sinnúmero de endebles justificaciones, desalientan hasta al más intrépido estudioso a transitar el camino de la sustentabilidad, privando de importancia a la formidable oportunidad de un crecimiento personal.

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Pero mal que les pese y en aras de poder dar por terminado el debate, podemos asegurar que la sustentabilidad es un tema accesible para todo aquel apasionado que entienda que la arquitectura y el diseño pueden mejorar, no solo el skyline de una ciudad, sino también el acceso a un hábitat de calidad y a un menor impacto en los ecosistemas como consecuencia de los consumos asociados con la gestión del medio construido.

Además, en un mercado sobre ofertado de calificados profesionales, es menester seguir adquiriendo nuevos conocimientos que asistan en generar un “valor agregado” a las carreras de grado y más variadas oportunidades laborales. Es por eso por lo que estas líneas, sencillamente, pretenden fomentar y entusiasmar a todos aquellos que hoy se animan a correr los límites más allá de lo imaginado y se embarcan en un viaje de aprendizaje para que puedan potenciar el talento y forjar herramientas de capacitación que los asistan en adaptarse a las nuevas incertidumbres que se presentan como resultado de las alteraciones en el clima por causa y efecto del hombre.

La sustentabilidad como un Servicio

A lo largo de la historia, los modelos económicos fueron evolucionando con el impulso de los grandes inventos que acompañaron al desarrollo humano. En el siglo XVIII y con la invención de la máquina de vapor, las posibilidades de inclusión y mejora social contribuyeron a un adelanto de las clases trabajadoras. Fue así, como a partir de la Revolución industrial (circa 1750), la economía mundial pasó de estar orientada principalmente en la producción agraria a una refundada en procesos industriales.

Para ese entonces, el 90% de la población mundial habitaba en zonas rurales, y la subsistencia dependía de los cultivos de la tierra. Cada pequeño productor, basado en el esfuerzo personal, mantenía al grupo familiar, y el destino de una buena cosecha, resultaba de los antojos del clima. Con los avances de la industria y la producción en escala, el mundo emergió hacia lo que se conoció como la “economía moderna”, y como resultado de este cambio en la matriz productiva, comenzó una sostenida migración a las zonas urbanas en busca de mejores condiciones de vida.

A comienzos del siglo XXI, la población urbana ya superaba a la rural y la economía se proyectaba hacia una más orientada a los servicios. Con la irrupción de este nuevo modelo de negocios y compañías fundadas con una visión y misión que va más allá del incremento en las ganancias y los retornos, surgen las empresas con “propósito”, en las que la responsabilidad social corporativa ocupa un lugar de preferencia en el ranking de la escala de valores.

Prueba de ello, es el proyecto de rehabilitación que llevó adelante la compañía Empire State Realty Trust en el año 2006, según palabras de Anthony Malkin, su CEO: “Nuestro compromiso es hacer del Empire State Building uno de los edificios más eficientes de la Ciudad de Nueva York y un modelo de inspiración”. Como resultado, el emblemático edifico ha logrado reducir el consumo de energía un 38% y un ahorro en la factura del servicio de 4.4 millones de dólares al año.

Por lo tanto, la aplicación de los principios de la sustentabilidad se ha convertido en un servicio que no es solo pertinente a la arquitectura, sino que también abarca al universo de las compañías e industrias de la producción y que, mediante un enfoque sistémico, generan un impacto de triple resultado que comprende lo social, lo económico y lo medioambiental.

La sustentabilidad hoy

En forma categórica, podemos afirmar que en la última década, los avances en la temática han ubicado a nuestro país en el podio de los más desarrollados de la región, y en la actualidad, la oferta de consultores en las distintas certificaciones internacionales es variada.

LEED, EDGE, Well Building, SITES de EE.UU.; BREEAM de U.K.; DGNB de Alemania y las ISO de Suiza, por citar algunas extranjeras y las IRAM y el INTA, este último trabajando en un etiquetado energético, del medio local, han irrumpido con fuerza y están ganando más adeptos todos los días.

Como reflejo del avance de las certificaciones, cada vez se vuelcan más metros cuadrados de oficinas corporativas al mercado, y las que se encuentran en obra, también buscan obtener la preciada distinción. Ejemplos de este cambio de paradigma son la Torre Odeón sobre la Av. Corrientes de los estudios Dujovne – Hirsch y BMA y Asoc.; la Torre Catalinas de IRSA, de 55.545 m2 totales, del Estudio MSGSSS y Vinson Arquitectos; el Centro Empresarial Libertador en el barrio de Núñez de la desarrolladora RAGHSA, de 65.981 m2 y proyecto del estudio MRA+A, y Open Office de Portland sobre un proyecto de MRA+A en la Av. Del Libertador al 1000, Vicente López, entre otros.

Este tipo de construcciones van camino a convertirse en íconos de una arquitectura cada vez más comprometida con el medio ambiente y, que trabaja activamente en un mayor aprovechamiento de los recursos naturales, en la generación de menores cantidades de residuos sólidos urbanos (mediante métodos de recuperación y reutilización), y en la calidad de vida de los ocupantes por medio de mejoras en el confort interior de los ambientes de trabajo.

Si bien los proyectos antes mencionados pueden parecer difíciles de llevar a cabo, y en rigor a la verdad, lo son, no solo por la escala y la ubicación, por los terrenos únicos y con altas incidencias por metro cuadrado, sino también por la inversión millonaria; hundir nuestras penas y justificar la inacción a la ecuación costo – beneficio, no nos excluye del mapa de las oportunidades, al contrario, nos abre un inmenso horizonte para pensar en alternativas viables.

Enfocarnos en la punta de la pirámide, solo nos hará ver una pequeña fracción de las posibilidades y una limitación a una verdadera perspectiva de crecimiento. El negocio no debe tener puesto el foco en los grandes proyectos, solo reservado para unos pocos estudios de arquitectura, sino en la base y en aquellos proyectos de rehabilitación, entendida como la metamorfosis de un diseño proyectado hace 40 o 50 años a uno del siglo XXI.

Los nuevos y más eficientes métodos constructivos, la tecnología y la innovación aplicada a los procesos de obra, contribuyen a generar beneficios económicos y a reducir los tiempos de ejecución. Respecto a este punto, recientemente, la construcción en seco con madera bajo el sistema Platform frame, con el apoyo de la Subsecretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (SSDUyV), ha sido catalogada como un sistema “tradicional”. Entre las ventajas que podemos destacar se encuentran: la aislación termina y acústica, las propiedades antisísmicas y el impulso y promoción de la industria forestal y las economías regionales. Además la disminución de hasta un 60% en los tiempos de obra, en comparación con otros sistemas, hace de este, una excelente opción para poder satisfacer el déficit habitacional y las demandas sociales del acceso a la vivienda.

También debemos de mencionar la amplia bibliografía disponible, en especial, aquella en formato digital, que ilustra los más variados casos de éxito y modelos disruptivos que alientan a imaginar un mundo mejor.

A modo de conclusión y en un intento de promover las mejores prácticas y acciones, no importan cuán grande estas sean, sino que se conviertan en una realidad y que sean escalables en el tiempo con un claro objetivo de un beneficio colectivo.

Para finalizar, qué mejor que estas palabras de Miguel Ángel Buonarroti para desafiarnos a pensar y superar nuestros límites: “El mayor peligro para la mayoría de nosotros, no es que apuntemos muy alto y no lleguemos, sino que apuntemos demasiado bajo y lo alcancemos.